de Falcones de Sierra, Idelfonso. Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L. 7ª edición, Barcelona, 2006. 287 pags. ISBN: 84-9815-246-1.
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La sociedad y la cultura en las postrimerías del medioevo, cuando las instituciones medievales van cediendo ante la nueva clase social formada sobre todo por los comerciantes, son, a mi juicio, los protagonistas reales de la novela.
Ahí está la auténtica trama. No en la vida de Arnau, hijo de un siervo de la gleba, víctima de los abusos de su Señor, que lucha por una libertad sólo alcanzable convirtiéndose en ciudadano libre, ciudadano de una ciudad que aspira a su vez a ser una ciudad libre, gobernada por nuevas leyes, que amparan nuevos derechos, unos derechos que protege el Rey, claro que sólo en la medida que sirven a los intereses de la institución que personaliza. Arnau, el bueno de la película, pasa por las distintas clases sociales de la época sólo para describirlas. Así, es miembro de un gremio recién salido de la esclavitud, el de los estibadores; es banquero (y cristiano, cuando la banca, el oficio de cambista, está dominado por los judíos, entre otras cosas por razones religiosas); es noble y entra en el juego de las intrigas palaciegas, que terminan por convertirle en un preso de la Inquisición. También llega a ser Cónsul del Mar de Barcelona, institución prototípica de un nuevo orden social, basado en autoridades que ya no se legitiman por la sangre. Aunque, si Arnau es bueno, Guillem, su esclavo, regalo de un judío, alcanza la categoría de santo. Y santo de los que hacen milagros. Sin estos «milagros» el autor hubiera tenido difícil explicar los saltos de estatus de su protagonista formal. Los demás personajes del enredo cumplen cada uno con su tópico. El Inquisidor de Barcelona, malo malísimo; los «prohombres» de los gremios, justos; el Rey, político calculador; los nobles, caprichosos y egoístas; los hombres, todos machistas, menos los que representan papeles de buenos; las mujeres: las madres, las esposas buenas, las esposas malas, las hijas, las amantes, las meretrices, cada una representa su papel como cabría esperar de su condición; todos son títeres de la historia, modelos de personajes necesarios para dibujar una época, explicar sus dinamismos. Incluso, el único personaje complejo de la historia, el más interesante desde mi punto de vista, Joan, quiere simbolizar, con sus contradicciones de niño de la calle convertido en miembro de la Inquisión, las distintas concepciones del mundo enfrentadas en la época que nos quiere describir el autor. Sin embargo, es en el tratamiento de este personaje, dónde a mi juicio, naufraga.
Nos encontramos pues, ante un retablo didáctico que nos explica con ejemplos como era la política, la economía, la religión, la cultura, el derecho, la vida diaria en la sociedad gótica. Como tal obra de divulgación histórica. La recomiendo.